Ella se sumerge en el mar y bailando llega hasta la orilla.
Salta desnuda salpicando la sal de sus mañanas.
Se la escucha gritar y esconderse entre los granitos de
arena.
Apenas besa los labios amarillos mientras dibuja un
encuentro borroso y perturbador.
No tiene sentido de la ausencia. Llega con fuerza y se
retira en paz.
Vuelve al lugar que la trajo para esconderse en el oscuro paraíso celeste de pájaros sin alas.
Siempre regresa cubierta de distintos vestidos de gotas.
Su encuentro deja un aroma profundo y oscuro.
Tan simple es su deseoso instante, tan iluminado.
Salgo a su encuentro y con miedo retrocedo.
No me animo a desafiarla. No tengo el puño, tengo el puñal
hundido en el mismo cuello.
El desafío no es cubrirme de sus gritos, ni correr hacia la
altura. El desafío es enterrarme en su mundo sin dejar de suspirar.