viernes, 14 de diciembre de 2012

Fiestas de Hadas Perdidas (Marta, María y Mamá)

Mi mamá tenía dos hermanas: Marta era la más chica, Maria era la hermana del medio y mi mamá, Nelly, la mayor. Marta mi madrina, se parecía mucho a mi mamá en el aspecto físico, pero era 13 años menor. Tenía un carácter más dócil y más tierno. María en cambio era seca.

 
Marta me cuidaba como a una hija, y yo la quería como a mi mamá. Su departamento estaba en capital cerca de la estación Chacarita.  Vivía en un segundo piso con Miguel, mi padrino. A la mañana  me despertaba siempre con un rico desayuno. Después me levantaba, me bañaba y salía a hacerle las compras. Alrededor del mediodía comíamos y luego jugábamos o nos íbamos a pasear. Imagino que era una gran compañía porque ella no tenía hijos.  A sus  26 años lo único que deseaba era un niño a quién amar. Mis vacaciones eran su deseo cumplido, así lo sentía.

El resto del año iba a  visitarla con mi Abuela. Un viaje largo desde la Lanús. Siempre tomábamos el  colectivo 42 desde Pompeya  y nos bajábamos en la plaza de Dorrego y Corrientes. Luego caminábamos 3 cuadras hasta el departamento. Esto fue durante casi 15 años de mi vida.

María vivía en Flores en una gran casa con perfume a magnolias. Tenía lugar para jugar, una pileta para el verano y de amigo un perro llamado Ted. La alegría de lo cotidiano no se festeja. Es un hecho consumado. Es la esperanza que no desespera por encontrar lo correcto en el mismo lugar. Aprendimos como se disponen las piezas del ajederéz. También a dominar  la estrategia mínima de sus movimientos. Apenas unas reglas para avanzar y retroceder sin ganar ni perder. Pero, qué hacer cuándo esas reglas cambian y no las entendemos. La vida es un juego que no podemos abandonar. Perder o ganar es un punto relativo, que equidista del centro de las miradas de todas las personas que se atreven a juzgarnos. Cuál es la recompensa?.   Cuál es el desafío?.  Algo debió ser y se quebró.

Marta fue la pesadilla de muchas noches indeseadas. Fue el deseo de volver a despertar con sus desayunos. Tenía 17 años la última vez que la visité. Ella estaba recostada. Era invierno y estaba muy fría y pálida. Yo estaba por viajar a Bariloche y ella por irse a un lugar del que todavía no he recibido postal. Sus ojos azules me miraban como queriendo atraparme en una foto del alma. Su rostro suave se desvanecía todas las tardes. Todos sabíamos que faltaba poco. Lenta fue su despedida. Sin lágrimas y sin risas.

Mucho tiempo después conocí en la facultad a  Margarita. Nos llevábamos muy bien. Estudiamos juntas muchos años y muchas materias. Finales, parciales y trabajos prácticos. Algunas veces ella venía a mi casa, le gustaba el olor a pasto mojado luego de llover. Otras, yo iba hasta su casa en la capital, todo el recorrido y los lugares me parecían nuevos.

Al término de la carrera cuando ya se habían terminado los exámenes finales, tuvimos tiempo de juntarnos por distracción. Una tarde en el verano nos reunimos en su casa a tomar mate con otros compañeros de la facultad. Luego cuando se hizo mas de noche nos cambiamos y  fuimos a comprar un helado. No recuerdo por qué, siempre caminaba hasta la puerta de su casa, por la mitad de la cuadra, sin llegar hasta la siguiente esquina. Esa tarde debió ser la primera vez en años que fui  hasta el final de la calle. Doble a la derecha, hacia la heladería, observando las casas hasta que en un momento fijé la vista en una de dos pisos. Advertí aquella ventana por donde entraba el sol y el pequeño cristal de cielo en el  mundo de Marta. Había olvidado todo. Cerré un capítulo y destruí sus hojas. A la vuelta de mi infancia, en la esquina de su corazón apagado. Llegaba con el mismo colectivo y me bajaba en la misma parada del Parque.

De repente comprendí que su ausencia fue más profunda que el recuerdo de mis felices vacaciones de verano y de invierno. Un paréntesis abierto a la espera del recuentro.

Ahora están otra vez juntas y creo que esta vez sí es para siempre.

Desde mi pequeño lugar en este mundo con algunos sentidos quebrados las abrazo, con mi corazón.
Brindo por ustedes como cuando estábamos todos sentados en la mesa y yo robaba de cada copa los restos de alcohol en un acto de picardía e inocencia. Tengo la alegría de esas fiestas sellada en mis ojos, y un hadita pequeña que me despierta todas la mañanas y por quien hoy sigo el camino que ustedes dejaron atras.

Entrada destacada

Locura en gotas de leche

No aceptaba la verdad, porque el vientre es todo. No aceptaba que la encerraron en su cuarto con los miedos del abandono. Luchaba con su...