En esa casa no había paredes solo puertas y ventanas pintadas como cuadros.
Las mañanas eran cortinas de fuego abiertas
al pasado.
En las tardes el mendigo aguardaba la
sombra del tiempo.
Y en sus manos se derretía el sol.
Cantaba el paraíso en el nido del sorzal.
La lluvia repartía las gotas sobre un puñado
verde de cielo.
Calma, el viento sobre el muelle junta las olas, yo
no estoy en la orilla sola en el despertar.
En tu blanca estrella se fuga el mañana,
un reflejo llega hoy al cuarto de huéspedes.
La tasa en el piso reposa el silencio
de las fuentes secas, murmullo de coborades.
No tengo la llave para abrirte el alma,
tengo el candado atorado en mi corazón.
El perdón llego en un barco de papel y
se deshizo de tu perfume de brújula.
Camino a tu encuentro en pequeños pasos
de arena y madera deshecha.
Esa tierra no tuvo deseos del suelo; el
fruto del paisaje fue el soñador que no tienen donde reposar.