lunes, 12 de marzo de 2012

El minuto del adios



Cuenta en uno, dos, tres el reloj que esta recostado. Son las horas que se alejan en las sombras, siempre en círculos y hacia delante. Es el mismo hilo de luz que alcanza las paredes y amanece detrás del muro. No encuentro el brillo del tiempo, ni las agujas que marcan el paso. Estoy mirando hacia afuera y veo que tus lágrimas regresan con el viento. Escucho que ríen en el frío, alguien canta y esa niña que me busca me encuentra tarde, en el final del juego. En el verde de tu cielo, en el azul de tu aroma, en el espacio de tu tiempo en mi memoria. No están los grises no están las sombras. Hay perfume amarillo mezclado de rosas. Me envuelve la indiferencia del día y la blanca tristeza de la sensación. No vuelves del encierro y no levantas tu voz. No escucho el calor del entierro, de la lluvia que impregna tus manos desaparecidas. Rodeado de la tierra y de las flores que sentiste crecer; estas en la eternidad. No puedo acercarme, me duele, no tengo coraje ni perdón. Ese lugar es tuyo y de mi madre, de los dos. No puedo acercarme, siento que no respiro. Debo decir adiós.

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