Un silencio quedo grabado en una hoja de papel. Intente leer el mensaje pero solo pude acariciar el comienzo de la frase. Podía sentir la desesperación, pero no podía deletrearla.
No me alcanzo el corazón para poder entenderlo. No pude repetir lo que estaba entre los márgenes. Tome la hoja la acerque a mi pecho, cerré los ojos y rece. Tuve entonces un sueño.
Las olas se desprendían del mar y llegaban hasta el encierro. Sollozaban contra las rocas el verde del musgo y los caracoles la arena. Me suicidaba contra el abismo de las piedras y el papel mágico cantaba las estrofas de un naufragio. No me alcanzo el miedo ni el espanto para frenar el impulso.
Caí fuerte en el remolino y amanecí sobre mi cama con olor a mar y con espuma en los ojos. Era invierno. No supe por qué estaba empapada de sal en mi cama.
No recuerdo que cantaban los marineros. Me levante a mirar la hora y el reloj no estaba completo. Faltaban los números pasadas las 3 am. En el piso encontré una hoja de papel y una frase que no decía nada, pero me hablaba. Sentí la inocencia del final. Solo una letra mas le faltaba al abecedario del destino. Una frase que complete el sentido del amor, del goce, del perdón. Una mano a quien entregarle el secreto. Un vientre para comenzar de nuevo. Esa letra termina en la carne y se funde en el comienzo. La vida nace en lo entrañable y desaparece cuando ya nadie llora tu perfume seco. Se desliga de lo eventual y se aferra a lo que perece. Todo desaparece un día y el recuerdo ocupa el todo. La frase quizá nunca se complete, porque nada es finito.