miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Exito


El valor del éxito al que nos exponen  parece no ser  del que está mejor preparado, sino de quien menos sufre cuando le sangran las manos.

martes, 18 de noviembre de 2014

Acciones involuntarias



Ellos no están seguros de su utilidad. Como niños creen que las mentiras pasan inadvertidas y nada podrán hacer en su contra. Creen que  es parte de la supervivencia destruir al competidor.
Sin embargo cuando lo obvio se hace tan pero tan evidente es porque no hay competencia, simplemente antojo por hacer daño. Acá es donde no comparto los mecanismos que me imponen y donde tarde o temprano intento descomponerlos.
Desconozco qué es lo que intentan apresar y no pueden. De más está confesar que no lograran hacerlo y que  seguramente se equivocaran.
Siempre conseguí lo que quería; más cuanto más me han molestado. 
Vivo  tranquila, sin mirar ni juzgar a otro, pero si en el camino intentan pasarme por arriba, derribarme, hacerme una mala jugada, yo  soy de esas personas que no debiste enojar.
No voy a correrte, ni a perseguirte, ni voy a enloquecer tratando de apartarte del camino o derribarte, no voy a hacer nada hasta el día que sienta que es el momento preciso. Pueden pasar años para que llegue, pero una mañana el sol se posara nuevamente sobre mi hombro.
Desde ahí obtengo la fuerza, el impulso, el control.
No doy más que lo justo y necesario, no menos de lo que he recibido.  Creo en las circunstancias involuntarias; lo que no creo es en las acciones involuntarias.  Alguien que es capaz de discernir lo que le conviene o no, y por cierto, suele siempre salir beneficiado, no puede decir que no sabía lo que hacía o, que fue obligado a hacerlo. 
Las personas que de mala vibra me han tocado de cerca yo he podido detenerlas y aquietarlas.  No voy a llevarme nada en el último minuto, voy a dejarlo  todo, lo malo y lo bueno que logre cosechar. En ese todo van estar aquellos que estuvieron cerca de mí.  Los que fueron buenos me van sonreír. Los que fueron malos conmigo, van a llorar.  Pero todos los que me tocaron de cerca para bien o para mal, tendrán un lugar en mi rosario, una cruz o un zorzal.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Acto escolar sobre los 4 elementos



Y llego el día que  Sofía actuó para el colegio  vestida de Marinerita.
El sábado 15 de noviembre de 2014 bailó con su pollera turquesa de lentejuelas, su camisa blanca y el gorrito.
Ella parecía entusiasmada con su aparición pública. No se parece a mí, porque yo evitaba los actos y odiaba los ensayos.
Regresamos del colegio a casa caminando unas 8 cuadras y no parecía sentir vergüenza.
Cuando llego la noche mientras mirábamos una película me dijo, mamá hoy me aburrí un poco, porque al final hicimos lo mismo que durante el ensayo pero esta vez con el vestido de marinerita. Entonces me pregunté, si ella experimentó algo  cuando estuvo frente a 200 o quizá más personas. Es como que nuestra mirada no existió. Canto y bailo como lo hacía con los compañeros y la maestra.  Me confesó que se equivocó, pero no le resulto importante;  lo único diferente de ese día fue que realmente tenía el vestido. Tampoco la mirada de papá y mamá pareció tener un atractivo diferente. Desconozco si el resto de los nenes pasará por el mismo estado de enajenación. Habrá algún nene  que le guste estar arriba del escenario, les importará hacerlo bien o mal?  Para qué servirán los actos escolares? Serán pedagógicos, educativos, sociales o simplemente servirán para que los papas tengamos las fotos  para el  recuerdo.
En esta oportunidad  no se conmemoraba nada patrio,  simplemente fue para festejar algo con la comunidad educativa. De todas formas a pesar de lo colorido y musical, no fue para Sofía muy atractivo el evento, aunque a juzgar de lejos se la veía muy feliz. Por lo menos, yo sentía algo más próximo al rechazo y al malestar, quizá algo mejor que la indiferencia total. El sentir lo mismo no debería dar lo mismo. Pienso si debo preocuparme o quizá ella me demuestre que mejor que sentir bronca porque te obligan a algo, es hacerlo y listo.

jueves, 13 de noviembre de 2014

El muchacho del subte B



Hoy volví a escuchar al muchacho del subte de la línea B. Parece que canta bien, ya que la gente se reúne, lo aplaude y el feliz toca sus temas.  Siempre le digo a mi hija que si hay algo que envidio, no es el dinero, no es el poder, simplemente envidio a las personas que tienen una virtud tan linda que no solo les hace feliz a ellos sino también, pueden compartirla con los demás y hacerlos pasar un buen momento.  Por eso, envidio los que tienen la virtud de cantar, la virtud bailar, virtudes populares que nacen con uno, se mejoran con el tiempo y nunca mueren.
Esas personas son pocas en relación con el conjunto y a la vez son muchas. Uno, que no entiende canto o el arte,  le puede agradar o no alguien. Pero por algún motivo del azar,  no todos  triunfan. Entiendo que esos pocos, además de virtud y talento, tienen carisma y suerte. Los otros que conocemos por casualidad y los que no, seguramente son felices a pesar de que no llegan a lo alto. Ellos despiertan con su guitarra, son su don y salen a las calles a disfrutar un día más en el paraíso. Su infierno, debe ser más suave. Imagino que sus tristezas, sus alegrías se disipan con el solo hecho de usar su varita mágica, su virtud.
Si existiera un retorno y pudiera elegir que hacer, me gustaría nacer con la virtud del canto de los tristes, de los poetas. Quisiera estar un día en la piel de alguien que crear un ritmo, un sonido y lo puede compartir con miles de personas, agradeciendo su presencia, su arte.
El arte viste de gala el alma del hombre. El hombre sin arte es un ser a medias. Es  simplemente un hombre, con una profesión, con un oficio, con una razón de ser, es una serie. El arte en cambio,  embellece, calma, distiende, seduce. El arte, se perdona aunque no se entienda, porque se siente, porque enamora, une y libera.
Envidio sanamente a ese muchacho del subte B, que cuando arranca o cuando llega el tren la gente se voltea a las ventanillas con una sonrisa en busca de  quién es el mago dueño de esa música que parece gustarles tanto. Yo en cambio soy uno más que no tiene nada para ofrecerles.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Escribir mi día



Voy a tratar de escribir algo una vez al día. Ese algo sería como beber un vaso de agua, tomar una ducha, comer. Sería algo no  indispensable para vivir, pero  necesario para mí.
Hacemos cosas como autómatas sin preguntarnos si valen la pena, si son útiles, necesarias, importantes. En ese conjunto de tareas que habitualmente ejecutamos,  pocas veces se encuentra la de reflexionar  qué fue lo mejor y lo peor de ese día y menos creo, nos sentamos a escribirlo.
Vivimos rápido, caminamos más rápido.  Nos aislamos, compartimos nuestro mundo interior desde un celular o una PC. Nos escondemos de nuestras expresiones y emociones. Somos temerosos de la crítica y de lo espontaneo.  Apenas nos detenemos a mirarnos en el espejo.  Eso parece normal, ya que no nos sobra el tiempo. 
Entonces, cuando llega el final del día volvemos a casa, encendemos la televisión y nos quedamos parados detrás de esa ventana por la que pasan todos los instantes del día compactos en una mirada. Y nuestra realidad donde quedó?  Así  nos va a sorprender la noche  y  el adiós.
No quiero envejecer tan rápido. Quiero ir más lento y sentir más hondo.  Quiero dejarle a mi pequeña flor el soplo de un segundo de cada día. Ella  quizá lo absorba cuando detenga su paso en esa ventana que pocos abrimos, nuestro interior. Las llaves de ese laberinto no las tengo, solo puedo ofrecerle un puente para que siempre estemos unidas.

Entrada destacada

Locura en gotas de leche

No aceptaba la verdad, porque el vientre es todo. No aceptaba que la encerraron en su cuarto con los miedos del abandono. Luchaba con su...