Ellos no están seguros de su utilidad. Como niños creen que
las mentiras pasan inadvertidas y nada podrán hacer en su contra. Creen que es parte de la supervivencia destruir al
competidor.
Sin embargo cuando lo obvio se hace tan pero tan evidente es
porque no hay competencia, simplemente antojo por hacer daño. Acá es donde no
comparto los mecanismos que me imponen y donde tarde o temprano intento
descomponerlos.
Desconozco qué es lo que intentan apresar y no pueden. De más
está confesar que no lograran hacerlo y que seguramente se equivocaran.
Siempre conseguí lo que quería; más cuanto más me han
molestado.
Vivo tranquila, sin
mirar ni juzgar a otro, pero si en el camino intentan pasarme por arriba,
derribarme, hacerme una mala jugada, yo soy de esas personas que no debiste enojar.
No voy a correrte, ni a perseguirte, ni voy a enloquecer
tratando de apartarte del camino o derribarte, no voy a hacer nada hasta el día
que sienta que es el momento preciso. Pueden pasar años para que llegue, pero
una mañana el sol se posara nuevamente sobre mi hombro.
Desde ahí obtengo la fuerza, el impulso, el control.
No doy más que lo justo y necesario, no menos de lo que he
recibido. Creo en las circunstancias
involuntarias; lo que no creo es en las acciones involuntarias. Alguien que es capaz de discernir lo que le
conviene o no, y por cierto, suele siempre salir beneficiado, no puede decir
que no sabía lo que hacía o, que fue obligado a hacerlo.
Las personas que de mala vibra me han tocado de cerca yo he
podido detenerlas y aquietarlas. No voy
a llevarme nada en el último minuto, voy a dejarlo todo, lo malo y lo bueno que logre cosechar.
En ese todo van estar aquellos que estuvieron cerca de mí. Los que fueron buenos me van sonreír. Los que
fueron malos conmigo, van a llorar. Pero
todos los que me tocaron de cerca para bien o para mal, tendrán un lugar en mi
rosario, una cruz o un zorzal.