Voy a tratar de escribir algo una
vez al día. Ese algo sería como beber un vaso de agua, tomar una ducha, comer. Sería
algo no indispensable para vivir, pero necesario para mí.
Hacemos cosas como autómatas sin
preguntarnos si valen la pena, si son útiles, necesarias, importantes. En ese
conjunto de tareas que habitualmente ejecutamos, pocas veces se encuentra la de reflexionar qué fue lo mejor y lo peor de ese día y menos
creo, nos sentamos a escribirlo.
Vivimos rápido, caminamos más rápido.
Nos aislamos, compartimos nuestro mundo
interior desde un celular o una PC. Nos escondemos de nuestras expresiones y
emociones. Somos temerosos de la crítica y de lo espontaneo. Apenas nos detenemos a mirarnos en el espejo. Eso parece normal, ya que no nos sobra el
tiempo.
Entonces, cuando llega el final
del día volvemos a casa, encendemos la televisión y nos quedamos parados detrás
de esa ventana por la que pasan todos los instantes del día compactos en una
mirada. Y nuestra realidad donde quedó?
Así nos va a sorprender la
noche y
el adiós.
No quiero envejecer tan rápido.
Quiero ir más lento y sentir más hondo. Quiero
dejarle a mi pequeña flor el soplo de un segundo de cada día. Ella quizá lo absorba cuando detenga su paso en esa
ventana que pocos abrimos, nuestro interior. Las llaves de ese laberinto no las
tengo, solo puedo ofrecerle un puente para que siempre estemos unidas.